Después de mucho esperar, llegó el momento, nos mudábamos de Hohhot a Shenyang, pero qué alegría más grande, madre…
La elección de esta ciudad no fue algo precipitado, estuvimos dándole vueltas al mapa de China más de dos meses, de norte a sur, de este a oeste, pero al final nos quedamos con unas poquitas y de ellas salió Shenyang. Como no queríamos cometer el mismo error que con Hohhot, una vez elegida, teníamos que visitarla y nada, allí nos plantamos a mediados de noviembre para ver qué sensación nos daba la ciudad, la universidad y la gente. Todos superaron el examen 😉
La ciudad es enorme, está aquí y aunque hace un frío de narices, tiene todo lo que un guiri necesita: Starbuck’s, Dunkin Donuts, Ikea, Carrefour, Tesco, Walmart, H&M !Ay¡ Cómo me gusta que esa lista sea interminable 😉 Y cosas tan tontas como poder andar por la acera sin que te atropelle un coche o que la gente y los coches respeten los semáforos. Me gusta y mucho, poder cruzar la calle sin morir en el intento.
La Universidad pues hay que decirlo, es vieja y está bastante poco cuidada, pero la facultad de lenguas para extranjeros, es nueva y muy molona. Y hasta tiene calefacción y ventanas nuevas, ¡todo un lujo! Jaja!
La gente parece gente normal, gente de ciudad no de pueblo y con un mínimo (mínimo chino, claro) de educación. Hablan con un acento extraño, como que estuviesen cantando, pero la mayoría parecen majetes y menos enfadados con el mundo que en Hohhot.
Pues eso, os contaba que nos mudamos, pero claro, no sin antes montar un buen jaleo para ello porque, seamos sinceros, mucho Shenyang, mucho ya hablo un poco de Chino, pero seguimos estando en China y seguimos siendo guiris. Así que en Shenyang nos plantamos, con 10 días de plazo para hacerlo todo. Somos así de chulos pero, al menos, esta vez ya nos conocíamos el proceso:
– Buscar piso: lo primero de todo era tener un piso donde poder registrarnos y sobre todo, dejar los maletones de ropa que nos habíamos traído. Había que aprovechar el viaje. Como teníamos que hacerlo con ayuda china, decidimos «contratar» a una agencia inmobiliaria para que nos ayudase. Yo había estado mirando pisos por internet como dos meses y creía que todo iba a ser facilísimo, había miles de pisos, siempre los mismos y súper baratos. Pero cuando llegamos a la agencia todo fue otro cantar. Nos habían preparado tres pisos para que viéramos: el primero, enano, sin cocina, frío a morir y la casera con una cara de borde que no podía con ella y encima caro. Nada, descartado al primer vistazo. El segundo estaba algo mejor,pero aún así era una mierda y demasiado caro. Y el tercero, para nuestra sorpresa, parecía una casa normal. Fue muy gracioso cuando entramos porque el hombre andaba en pijama, con el calefactor puesto y la telenovela de turno. Así a primera vista todo parecía en orden, hasta que entramos al baño, bueno, o no baño, lo que fuese aquello…Era un lugar húmedo, oscuro, pero sobre todo, era un lugar sin ducha. ¿Cómo que sin ducha? diréis, sí, sí, sin ducha, sin bañera, sin lugar para ducharse, ni siquiera para lavarse, sólo había una taza del váter y muchos tubos. Cuando le preguntamos al hombre que dónde estaba la ducha, nos dijo que no había porque en la casa entera no tenía agua caliente. Es decir, que o el hombre no se duchaba o, por lo menos, no lo hacía en su casa. Como podréis suponer, los de la agencia nos vieron la cara que pusimos al recibir la «noticia» y se miraron desesperados al darse cuenta de que no nos había gustado ninguno. Suponemos que pensarán que somos unos tipos muy raros, pero, simplemente, es que no somos chinos. Somos guiris XD.
Ellos habían puesto todos sus esfuerzos en que la casa estuviera lo más cerca de la universidad posible, pero sin prestar atención a los detalles. Así que les dijimos que preferíamos que fuera algo más lejos, pero que tuviera lo básico. Volvimos a su oficina y tras buscar nosotros mismos en su base de datos, tuvimos otros dos pisos más que ver ese día, no podíamos terminar el día sin tener piso, íbamos justos de tiempo para hacer la visa. Al final, el último que vimos fue el que más nos gustó, íbamos sin ninguna esperanza, el hombre por teléfono había dicho que el piso estaba hecho un desastre y si estaba hecho un desastre para ellos, no quiero imaginar para nosotros. Había que mirar el piso con otros ojos, con el visor después-de-limpiar y hacerse-un-viaje-por-IKEA, mirándolo así, nos decidimos y lo alquilamos. Eso sí, antes de entrar el casero debía llevarse toda su mierda y limpiarlo a fondo, porque sino, menudo palizón…
– Después de tener el piso, en un día, teníamos que hacer multitud de trámites: Ir a la Universidad a que nos dieran los papeles para pedir el visado de estudiantes, pagar las tasas, ir a registrarnos a la comisaría y, a ser posible, ir a la oficina encargada de los visados. Casi lo logramos, si no hubiera sido porque las funcionarias de la comisaría, ese día tenían ganas de tocar las narices. No se les ocurrió otra cosa que preguntarnos que cómo habíamos llegado a Shenyang, que teníamos que enseñarles el billete de avión o el de tren o algo. En ese momento nos quedamos flipando porque, obviamente, en China puedes moverte libremente de un lado a otro sin problemas, y como si vas andando, pero se ve que eso no les valía. Después de ponernos más nerviosos que nada (porque sin una prueba de cómo habíamos llegado no pensaban mover un dedo para que nos registrásemos) y rebuscar y rebuscar, encontré en mi bolso, arrugada y medio rota la tarjeta de embarque de Pekín a Shenyang. Uff, menos mal, porque me veía allí poniendo cara de pena toda la tarde. Lo malo es que después de tanto sufrimiento, por problemas informáticos, nos hicieron volver al día siguiente, pero por fin lo conseguimos, ya éramos unos habitantes más de la ciudad.
– Lo que quedaba era lo más fácil, volver a la universidad para que nos dieran los documentos necesarios para poder renovar el visado e ir a la oficina encargada de los visados para extranjeros. Esto fue pan comido, no sin aguantar unas cuantas preguntas incómodas y petición de papeles extra, pero como somos la mar de previsores, no nos faltaba nada. Ya estaba todo hecho, sólo había que esperar una semana y recoger el pasaporte con el visado nuevo. Ya nos podíamos ir a casa, a nuestra nueva casa.
¿Casa o zafarrancho de combate? Más bien lo segundo, nuestro querido casero había «limpiado» y recogido todo al estilo chino, es decir, que tenía más mierda que el rabo de mil vacas y nos íbamos a pegar una buena paliza. Resumiendo, empleamos una semana entera limpiando, colocando ropa, yendo a Ikea, montando cosas, volviendo a limpiar, volviendo a ir a Ikea…y para entonces, ya parecía un hogar!
La pena es que cuando ya era nuestra nueva casa, la teníamos que abandonar, teníamos planeado un viaje a Harbin y vuelta a Hohhot a por más cosas….ah y a cerrar asuntos, nos quedaba hablar con la casera, vender muebles y empaquetar todo.
Pasamos 10 días en Hohhot entre comidas de despedida, cenas de despedida, visitas a correos, montando cajas, haciendo maletas y sobre todo, con muchísimas ganas de volver a Shenyang, ¡qué pronto se acostumbra uno a un colchón bueno!
Pero claro, teníamos que volver a casa y no habíamos contado con el Año Nuevo Chino, ese festival que pone todo patas arriba unos 15 días antes de que empiece y convierte el país en un caos, si puede ser más, claro. Cuando fuimos a comprar el billete de tren, una semana antes de la fecha, no había ninguno de los que nos convenían, así que tuvimos que cogernos uno al mediodía y sólo con un asiento, el otro, tendría que ir de pie. ¿De pie en un tren de alta velocidad? Sí, aunque la megafonía diga lo contrario. Es Año Nuevo, todo está permitido 😦
Y así, entre la marea de chinos que tan poco nos gusta, nos plantamos en Pekín: No podíamos creernos la gente que había por todas partes y aún quedaba una semana entera para el año nuevo, con razón te dicen que no viajes en esas fechas. Cuando llegamos a la estación de tren de Pekín nos quedamos en shock. No funcionaba ni una sola escalera mecánica, había 2000 chinos alrededor y nosotros llevábamos dos maletones de 20 y 30kg cada uno. ¿Cómo íbamos a salir a la superficie? Sufriendo y mucho. No me acuerdo mucho de la escalada, sólo sé, que la gente estaba desesperada porque estuviese bloqueando el paso y que, casi cuando estaba ya arriba, un chico vino y me ayudó. Me faltaba el aire y estaba enfadada, de eso sí me acuerdo.
Pero…¡Ya habíamos llegado a la estación! Con buscar la puerta y esperar tranquilamente sentados estaba todo hecho. ¡INGENUOS! Creo que nos lo gritaron desde alguna parte 😛 Cuando entramos a la sala desde la que salía el tren flipamos, pero…¿de dónde narices salía tanta gente? ¿Por qué llevaban tanto equipaje? Ahora entendía por qué no había más que un billete para ese día, había comenzado la vuelta a casa por Navidad china, es decir, la vuelta a casa por año nuevo. ¡Qué horror!
Montar en el tren fue una batalla a vida o muerte, yo gané un par de golpes y procuré que no me tiraran al suelo, os lo digo en serio, a vida o muerte.
Pero ahora sí que sí, lo habíamos conseguido, sólo había que descansar, sentarse en el tren ( o al menos yo, porque nuestro querido Afura se tiró casi 5 horas de pie) y esperar a que dijeran por megafonía: «Próxima estación, Shenyang Norte».
Home Sweet Home 😉
Hasta otra amigos.